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anhelo

Toda la vida se la había pasado de aquí para allá. Si, podría ser lo que llaman por ahí un culo de mal asiento. Siempre llegaba, se establecía, aguantaba un tiempo y se iba. Nunca le dio pena irse. Pensaba que la vida era como una escalinata que cada uno debe de subir a su ritmo y que una vez posado el pie en un escalón no cabe la vuelta atrás. No es posible rectificar y desear no subir ese escalón porque la duda en ese momento puede convertirse en un traspiés. Pero cada escalón era diferente. Cada cual tenía su forma y su color como si de una escalera multicolor y multi-forme se tratase. A veces llegaba a una gran ciudad y se establecía en el centro, en la zona más bohemia. Buscaba un ático pequeño con una gran terraza donde pudiese sentarse y respirar el bullicio los días de buen tiempo. Otras veces le tocaba en suerte un escalón más tranquilo y el destino le empujaba a un pueblecito de la costa. Alquilaba una casita tranquila, alejada de todo y de todos. Una de esas casitas que no quieren saber nada del resto. Es como si estuviesen enfurruñadas por algún motivo. No sólo por el hecho de estar alejadas y de no querer mezclarse con la barriada y el bullicio de las calles y la gente que pasa, sino también porque suelen tener su fachada de espaldas al pueblo, como en un gesto de soberbia e indiferencia. Como si ellas se pensasen mejor que el resto, o simplemente como si quisiesen tener su propio espacio, como si no les molestase pertenecer a un todo pero exigiendo una identidad, una vida propia. Esas eran las casas que normalmente le gustaban. Siempre tenían la fachada y el jardín de espaldas a todo. Y no sólo de espaldas al pueblo, sino también de espaldas a la vida.

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